lunes, 11 de agosto de 2025

Crónica de los momentos más icónicos del Festival Internacional Cervantino


Crónica de los momentos más icónicos del Festival Internacional Cervantino

Orígenes y fundación en 1972

El Festival Internacional Cervantino (FIC) nació de un gesto cultural visionario en Guanajuato. Su semilla se plantó en 1953, cuando el dramaturgo universitario Enrique Ruelas Espinosa montó en plazas públicas los Entremeses Cervantinos en honor a Miguel de Cervantes. Durante casi veinte años, aquellas representaciones teatrales al aire libre –en lugares como la plazuela de San Roque– ganaron fama por involucrar a la comunidad y dar nueva vida a las farsas de Cervantes en clave mexicana. Ese fervor cervantino local sentó las bases para algo mayor.

En 1972, Guanajuato acogió un Coloquio Cervantino que extendía la actividad teatral de Ruelas con conferencias y obras dedicadas al autor de El Quijote. El éxito de ese coloquio llamó la atención del entonces presidente Luis Echeverría, quien ese mismo año impulsó la creación de un festival cultural internacional de alto nivel con sede en Guanajuato. Así se organizó, con apoyo federal, estatal, municipal y de la Universidad de Guanajuato, el Primer Festival Internacional Cervantino en el otoño de 1972, reuniendo artistas de 14 países (incluyendo México). La inauguración oficial tuvo lugar el 29 de septiembre de 1972, con la actriz Dolores del Río cortando el listón junto al director del INBA Luis Ortiz Macedo. Curiosamente, aunque el Cervantino surgió de las artes escénicas teatrales, su primera función inaugural fue una ópera, Don Quichotte de Massenet, presentada en el majestuoso Teatro Juárez.

El histórico Teatro Juárez de Guanajuato engalanado durante el Cervantino. En este escenario se inauguró el primer festival en 1972, marcando el inicio de una tradición cultural que honraba el legado de Cervantes.

Desde sus inicios, la Fiesta del Espíritu –como también se le llama– combinó el encanto colonial de Guanajuato con expresiones artísticas de todo el mundo. El éxito de las primeras ediciones llevó a formalizar su organización: en 1976 se estableció por decreto un comité permanente para invitar a artistas nacionales y extranjeros, contando con la Secretaría de Educación Pública y con figuras como Mario Moreno Cantinflas y la propia Dolores del Río entre sus primeros invitados de honor. Aquella década de 1970 sentó la pauta de que cada otoño, la ciudad minera se convertiría en capital mundial de la cultura.

Década de 1970: Primeros festivales y luminarias

Los festivales de los años 70 transcurrieron con aires de descubrimiento y asombro. Tras la exitosa primera edición de 1972, no hubo Cervantino en 1973 (no existía aún un plan de continuidad anual), pero el proyecto se retomó con fuerza en 1974. Ese año nació un fenómeno paralelo: el Cervantino callejero. El dramaturgo Enrique Cisneros, alias “El Llanero Solitito”, organizó un festival alternativo invitando a artistas populares a improvisar espectáculos en la calle. Así, desde 1974 las plazas y callejones de Guanajuato también se llenaron de teatro y música espontáneos, fuera del programa oficial, iniciando la tradición del Cervantino alternativo y festivo en las calles.

Pronto el joven festival atrajo la atención de personalidades ilustres. 1975 fue un año notable: la reina Isabel II de Inglaterra visitó Guanajuato durante una gira por México y aprovechó para vivir el Cervantino. Llegó en tren especial con el príncipe Felipe, desayunó frutas y huevos, subió al monumento al Pípila y asistió en el Teatro Juárez a una puesta en escena (un entremés titulado Homero), mientras más de cinco mil personas se agolpaban afuera para verla. La soberana británica se mostró cordial y curiosa ante la ciudad minera y su gente, presenciando un breve Retablo de las maravillas cervantino en aquel emblemático teatro. Su visita, aunque protocolaria, marcó uno de los primeros momentos estelares en la historia del FIC. Poco después, en 1978, los reyes de España Juan Carlos I y Sofía también estuvieron en Guanajuato como invitados de honor, cubiertos con jorongos para el frío en la Alhóndiga, mientras disfrutaban de una función de los entremeses cervantinos.

Entre tanto, grandes artistas empezaban a pisar los escenarios guanajuatenses. En 1976, el cantautor catalán Joan Manuel Serrat se presentó en el Cervantino mientras vivía su exilio en México, cantando con la emoción de quien encuentra refugio en el público mexicano. En 1977, la legendaria bailarina cubana Alicia Alonso deslumbró en el Teatro Juárez con el ballet Giselle, acompañada por el primer bailarín Jorge Esquivel. Para 1978, el festival trajo una estrella de la música afroamericana: el bluesman B.B. King. Su visita se convirtió en “el acontecimiento del que se siguió hablando tiempo después” – recordado como la noche en que el rey del blues hizo vibrar Guanajuato con su inseparable guitarra Lucille, fusionando jazz, swing y pop ante un público extasiado. Y en 1979, otra voz inmortal subió al escenario: Ella Fitzgerald. La primera dama del jazz, ya en su tercera visita a México, cantó para más de ocho mil personas en un estadio de béisbol adaptado. “El público no entendió la letra de la mayoría de sus canciones, pero sintió el alma de su música”, reportó el periódico Excélsior sobre aquella mágica velada. Eran años en que el Cervantino sorprendía al público local con figuras que antes solo conocían por los discos, y así se forjaron momentos entrañables donde Guanajuato aplaudió de pie a leyendas vivientes.

Década de 1980: Expansión internacional y resiliencia

En los años 80, el Cervantino consolidó su perfil internacional trayendo una asombrosa diversidad de disciplinas y artistas de renombre mundial. En cada edición, la cartelera alternaba ópera, música clásica, folklore latinoamericano, jazz, danza contemporánea y teatro experimental, convirtiendo a Guanajuato en un mosaico cultural. Pasaron por sus escenarios figuras como la inolvidable cantante argentina Mercedes Sosa, cuya voz profunda entonó canciones de protesta latinoamericanas bajo el cielo guanajuatense; la trovadora estadounidense Joan Baez, símbolo de la canción de protesta anglosajona, también llegó con su guitarra para hermanar al público en cánticos de paz. La música clásica tuvo hitos con la Orquesta Filarmónica de Nueva York ofreciendo repertorios sinfónicos de primer nivel, mientras la danza clásica trajo momentos sublimes con compañías como el Ballet Bolshói de Moscú, que maravilló a los espectadores con sus impecables coreografías. Del otro lado del espectro, la vanguardia también estuvo presente: en esos años se presentaron el experimental Teatro de Danza de Alwin Nikolais y el teatro butō japonés Sankai Juku, ampliando los horizontes estéticos del público mexicano.

Algunos sucesos de esta época quedaron grabados en la memoria colectiva. En 1980, el legendario Ray Charles conquistó la Alhóndiga de Granaditas con su voz rasposa y alma de soul. Una década antes, Mario Moreno Cantinflas le había entregado un premio en México diciéndole: “Nunca olvides que los mexicanos te aman con todo su corazón”. Y vaya que lo demostraron: cuando Ray Charles interpretó “Georgia on My Mind” bajo las estrellas de Guanajuato, el público vibró y comprendió por qué esa música les llegaba al corazón aunque viniera de otra tierra. En 1982, ocurrió otro momento cumbre para la danza: el bailarín soviético Rudolf Nureyev, ya toda una leyenda viva, se presentó en el Cervantino. Con más de cuarenta años (y algunos kilos de más, bromeaban los críticos), Nureyev hizo gala de su genio implacable en el Teatro Juárez. “A Nureyev le bastó el nombre para conquistar Guanajuato”, tituló el diario El País sobre la visita del mítico ex bailarín del Kirov, que aun en su madurez arrancó ovaciones en el décimo aniversario del festival.

No todo fue fácil en esa década: México enfrentó crisis económicas severas en los 80, y en 1985 la tragedia golpeó. Un mes antes del XIII Cervantino, el devastador sismo del 19 de septiembre de 1985 sacudió al país. No había ánimo para fiestas; los recursos culturales se redirigieron a la emergencia. Por única vez en la historia, el Festival Cervantino de ese año fue cancelado debido al terremoto. En su lugar, se organizó modestamente una “Temporada Cultural de Otoño” para cumplir con algunos compromisos internacionales ya agendados. Aun así, la interrupción fue momentánea: contra viento y marea, el Cervantino retomó su curso al año siguiente, mostrando una resiliencia admirable. Ni la devaluación del peso ni los recortes presupuestales lograron apagar la llama cultural: el festival sobrevivió la crisis (con ciertos ajustes) y continuó reuniendo talento del mundo, aunque en 1986 y 1987 se enfocó más en intercambios culturales oficiales que en grandes producciones, preservando su cariz internacional pese a las dificultades.

Hacia el final de los 80, Guanajuato recibió un reconocimiento que realzó aún más el marco del Cervantino: en 1988 la UNESCO declaró al centro histórico de la ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, lo que permitió emprender la restauración de teatros y edificios coloniales. De este modo, para cuando llegó la celebración de los 500 años de la literatura cervantina (con el Quijote como inspiración del festival), Guanajuato ya brillaba con todo su esplendor arquitectónico, sirviendo de escenario perfecto a ese crisol artístico. Los 80 culminaron con el Cervantino plenamente afianzado como el principal festival multiartístico de América Latina, habiendo pasado de una iniciativa local a un gigante cultural internacional.

Década de 1990: Nuevos ritmos y voces de cambio

Los años 90 trajeron al Cervantino una renovación en estilos musicales y un espíritu acorde con los tiempos de cambio político y social. Sin perder su esencia clásica, el festival abrió espacio a nuevos géneros y propuestas alternativas que atrajeron a la juventud. En esta década debutaron en Guanajuato agrupaciones de rock, world music y teatro contemporáneo que sacudieron la escena. Por ejemplo, la banda francesa de rock punk Mano Negra, liderada por Manu Chao, armó un energético concierto en el Cervantino que aún se recuerda por su desenfreno y energía rebelde, reflejando la efervescencia cultural post-1989. También llegó el aclamado cuarteto de cuerdas estadounidense Kronos Quartet, famoso por su experimentación, mostrando que la música de cámara podía dialogar con la modernidad. Y la escena nacional no se quedó atrás: la cantante Guadalupe Pineda llevó la canción mexicana, mientras el grupo de rock Madredeus y compañías teatrales de vanguardia de Europa del Este (como el Teatro Abierto de Belgrado) sumaron sus propuestas. El Cervantino se hacía cada vez más ecléctico y abierto, reflejando la globalización cultural de fin de siglo.

Algunos momentos de esos años trascendieron lo artístico para volverse crónicas sociales. En 1996, horas antes de clausurar la XXIV edición del festival, el cantautor español Joaquín Sabina –quien ya era asiduo del Cervantino– soltó una declaración polémica que electrizó al público y a la prensa. Dijo que en el mundo deberían existir “millones de personas como el subcomandante Marcos” y se mostró sorprendido de que en México no hubiera más movimientos sociales, lanzando duras palabras contra la desigualdad, la injusticia y la “barbarie” que veía en el planeta. Era la década del alzamiento zapatista en Chiapas, y Sabina, fiel a su espíritu irreverente, convirtió su concierto en la Alhóndiga en una tribuna para la consciencia, ganándose ovaciones y también encendiendo debates. Aquel fue un Cervantino donde la canción se volvió protesta y el artista, portavoz de ideales.

La música y el teatro de los 90 también brindaron instantes de pura alegría colectiva. En 1997, para celebrar el 25º aniversario del festival, el grupo británico Stomp tomó la Alhóndiga de Granaditas con su asombroso espectáculo de percusiones con escobas, botes de basura, muletas y fuegos artificiales. Más de siete mil personas llenaron la explanada hasta los topes, aplaudiendo a ritmo de los improvisados instrumentos urbanos de Stomp, en una noche pletórica donde cualquier objeto cotidiano se volvió música. La mezcla de percusión, humor y participación del público hizo latir el corazón de Guanajuato al unísono, demostrando que la creatividad no conoce límites.

En 1998, otro concierto icónico quedó en la historia del Cervantino: la banda de rock gótico mexicano Santa Sabina, liderada por la carismática Rita Guerrero, se presentó ante un público multitudinario en la Alhóndiga. Aquel show nocturno tuvo tintes casi rituales; Rita, ataviada de negro, cantó con voz hipnótica temas de rock mezclados con jazz y poesía. La respuesta fue apoteósica: más de siete mil fans abarrotaron la plaza y las calles aledañas, coreando cada canción. “Sólo los policías le dieron la espalda a Rita Guerrero; el resto del aforo… nadie quería perderse la presentación”, narró una crónica, aludiendo a que únicamente los elementos de seguridad (de espaldas al escenario para vigilar a la multitud) no podían mirar el espectáculo. Fue un momento simbólico: Santa Sabina encendió a la audiencia y, por una noche, Guanajuato se transformó en un foro de rock alternativo, confirmando que el Cervantino era también del pueblo joven y rockero.

No todo fue rock en los 90; también hubo guiños a las raíces. En 1990, por ejemplo, el festival rindió tributo a uno de los grandes compositores populares de México: José Alfredo Jiménez (originario de Dolores Hidalgo, Guanajuato). En un evento especial, la célebre cantante ranchera Lucha Villa interpretó canciones de José Alfredo y comentó ante la prensa: “José Alfredo no es pesimista… si alguien habla con seguridad y con mando es él”, dijo, para luego entonar con sentimiento “Cuando al fin comprendas que el amor bonito lo tenías conmigo”. Aquella mezcla de mariachi en pleno Cervantino mostró que la cultura popular mexicana también tenía cabida en el festival, emocionando tanto a los bohemios como a los académicos.

Al cerrar el siglo XX, el Festival Internacional Cervantino había crecido en todas direcciones: en público (cada vez más estudiantes y turistas nacionales invadían Guanajuato en octubre), en géneros artísticos y en mensaje. Pasó de ser un festival “culto” a un happening multicultural donde cabían la sinfonía y el rock, la ópera y la calle. Esta evolución sentó las bases para la siguiente etapa, donde el Cervantino se reinventaría de nuevo para el nuevo milenio.

Década de 2000: Invitados de honor y diversificación

Los años 2000 llegaron con novedades organizativas y una mayor internacionalización formal del Cervantino. A partir del año 2001, se instituyó la figura de invitados de honor: cada edición tendría uno o varios países invitados y también un estado de la República Mexicana como invitado especial. Esta idea potenció el intercambio cultural: las delegaciones invitadas traían lo mejor de su arte, y México mostraba al mundo la riqueza de sus estados. Por ejemplo, en 2001 la región invitada fue Oceanía (con énfasis en la cultura maorí y polinesia) junto al estado de Veracruz. En ediciones sucesivas desfilaron como invitados naciones de todos los continentes: desde grandes potencias culturales como Francia, España, China o Japón, hasta regiones enteras como Latinoamérica, África o la Unión Europea en su conjunto, acompañadas de estados mexicanos desde Chihuahua hasta Yucatán.

Esta década marcó una diversificación sin precedentes en la programación. Se podía pasar de escuchar por la tarde a la Orquesta Sinfónica de Viena interpretando a Mozart, a bailar por la noche con la música norteña de Los Tigres del Norte o el ska mestizo de Panteón Rococó. Y es que el Cervantino abrió sus puertas lo mismo a virtuosos de la música académica (como la pianista francesa Hélène Grimaud) que a ídolos populares (como Enrique Bunbury, exponente del rock ibérico, o Los Van Van de Cuba con su salsa emblemática). En un mismo festival podían convivir la ópera barroca, el teatro kabuki japonés, las marionetas de Europa del Este, una exposición de arte digital y un concierto masivo de rock latino. Esta mezcla ecléctica consolidó al Cervantino como “el festival de festivales”, un espacio donde todas las artes y culturas dialogan.

La figura de los países invitados trajo momentos memorables. En 2005, por ejemplo, el Cervantino tuvo como invitados de honor a Japón, España y el estado de Yucatán, reflejando un cruce de oriente, occidente y tradición maya. Aquel año asistió el célebre compositor estadounidense Philip Glass, pionero del minimalismo musical. Glass impartió una charla sobre el arte de componer música y confesó con humildad: “¿Sabes cómo sé si lo hice bien? Porque estoy muerto de miedo”, refiriéndose al vértigo que aún siente ante cada estreno. Sus palabras provocaron risas y aplausos, uniendo al público en la humanidad de un genio que admitía sus nervios. También en esa edición, Japón maravilló con su Teatro Kabuki y España con compañías de flamenco contemporáneo, mientras Yucatán llevó la tradicional jarana y una muestra de su arte culinario. El Cervantino se convertía en una ventana abierta al mundo.

Los 2000 también vieron al festival salir más allá de Guanajuato. Se institucionalizó el programa “Cervantino para Todos”, llevando espectáculos gratuitos a comunidades y ciudades vecinas para descentralizar la fiesta cultural. Además, en muchos años la programación se extendió a otras urbes del país, llevando funciones a la Ciudad de México, Guadalajara, Monterrey y más, bajo el sello cervantino, para compartir esa riqueza artística con públicos que no podían viajar a Guanajuato. En 2007, por ejemplo, se escenificó en pleno centro histórico de Guanajuato una intervención artística llamada “La casa tomada”, inspirada en el famoso cuento de Julio Cortázar. Durante unos días, una casona antigua fue “tomada” por bailarines, actores y músicos que difuminaron las fronteras entre lo cotidiano y lo teatral. La premisa era que el festival se apodera de la ciudad: “de lo privado a lo público, de la locura al orden, la fiesta es el lugar de la libertad, donde todos encuentran el espacio para ser lo que verdaderamente son”, escribió la crítica Mafer Galindo sobre esa experiencia inmersiva. Incluso el público podía deambular por los cuartos intervenidos, siendo parte activa del montaje. Ese tipo de propuestas reflejaron a la perfección el espíritu cervantino: arte envolvente que invita a la participación y despierta los sentidos en escenarios no convencionales.

Concierto nocturno en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas durante el Cervantino. Este foro al aire libre ha visto presentaciones multitudinarias, desde sinfónicas tocando “Los Planetas” de Holst hasta espectáculos de danza folclórica y conciertos de rock. El público abarrotando la plaza es ya una estampa clásica de cada edición.

Hacia 2009, el Cervantino celebró su 37ª edición con la madurez de una institución cultural sólida. Se acuñó incluso una moneda conmemorativa de plata al declararse Guanajuato “Capital Cervantina de América” en 2005. Cada otoño, las cifras impresionaban: cientos de funciones, miles de artistas de decenas de países, foros llenos, callejoneadas con estudiantinas y un ambiente festivo único. La fiesta cervantina, nacida de un puñado de entremeses, se había transformado en un carnaval de las culturas.

Década de 2010: Aniversarios, innovación y arraigo popular

En los años 2010, el Festival Internacional Cervantino continuó evolucionando, marcado por grandes celebraciones históricas, avances tecnológicos y un énfasis creciente en integrar a la comunidad. La edición de 2010 fue especialmente simbólica, al coincidir con el Bicentenario de la Independencia de México y el Centenario de la Revolución Mexicana. A manera de homenaje, ese año el Cervantino invitó como huéspedes de honor a tres naciones latinoamericanas (Argentina, Colombia y Chile, que también celebraban bicentenarios) y a tres estados de la República (Chihuahua, Michoacán y Querétaro). Fue una edición monumental: 3,161 artistas de 31 países participaron en 316 espectáculos, destacando la música y danza tradicional mexicanas junto a propuestas internacionales. La inauguración incluyó un magno concierto de música mexicana y los eventos culminaron con fuegos artificiales tricolores sobre el cielo de Guanajuato, en un ambiente de orgullo patrio y hermandad cultural.

A partir de entonces, cada Cervantino incorporó ejes temáticos que dieron coherencia a la programación. En 2011, por ejemplo, el tema fue el cuidado del medio ambiente (bajo el lema “Los regalos de la naturaleza”), y los países nórdicos fueron invitados especiales, trayendo su visión artística sobre ecología y sostenibilidad. En 2012, el festival cumplió 40 años, y se celebró enterrando una cápsula del tiempo con documentos y recuerdos de cuatro décadas de historia cervantina, colocada a los pies de las estatuas de Don Quijote y Sancho Panza en la Plaza Allende, con la promesa de abrirla en 2052. Fue un momento emotivo: las fotos, programas, cartas y objetos allí guardados cuentan la historia de una aventura cultural que deberán descubrir las futuras generaciones. En esa misma edición, el reconocido pintor y diseñador Vicente Rojo recibió la Presea Cervantina (máximo galardón del festival, que él mismo había diseñado años antes) y pronunció una frase que resonó fuerte: “La cultura es el antídoto más eficaz contra la barbarie”. Sus palabras, dichas con la humildad de un gran artista mexicano, subrayaron la misión última del Cervantino: llevar arte donde haya oscuridad, para humanizarnos.

La tecnología y la formación también se hicieron presentes. En 2014 se lanzó el Proyecto Ruelas, nombrado así en honor a Enrique Ruelas, con un enfoque social: compañías teatrales formadas por habitantes de comunidades marginadas de Guanajuato montaron adaptaciones de Shakespeare (pues ese año el eje temático fueron los 450 años de Shakespeare) y las presentaron en plazas de barrios alejados del centro. Emulando lo que Ruelas hizo con los entremeses cervantinos en los 50, ahora la gente común subía al escenario, demostrando que el arte puede surgir de cualquier rincón y pertenecerle a todos. El éxito de esta iniciativa confirmó la vocación inclusiva del festival. En simultáneo, surgió la Academia Cervantina, un taller-residencia para jóvenes músicos de Iberoamérica que, bajo la tutoría de maestros internacionales, preparaban repertorio contemporáneo y ofrecían conciertos gratuitos. El Cervantino ya no solo exhibía espectáculos, sino que creaba nuevos artistas y público informado, abonando al futuro de la cultura.

Otro momento mágico ocurrió en 2016, año en que se conmemoraron los 400 años de la muerte de Cervantes. España fue país invitado de honor (junto al estado de Jalisco), y la inauguración corrió a cargo de los Reyes de España en una ceremonia especial. Pero fue en las calles donde Cervantes verdaderamente “revivió”: cierto día, la Plaza San Fernando de Guanajuato fue sorprendida por un happening barroco. Sin previo aviso, la corte del Rey Luis XIV de Francia (el “Rey Sol”) pareció materializarse allí: actores y bailarines de la compañía francesa Beaux-Champs, dirigidos por Bruno Benne, ataviados con pelucas, vestidos señoriales y abanicos, comenzaron una danza cortesana entre la gente. La música antigua sonaba, los bailarines invitaban a los transeúntes a imitar reverencias y giros. Incluso el director del festival en ese entonces, el escritor Jorge Volpi, que andaba por ahí de incógnito, se sumó espontáneamente al baile, provocando sonrisas al verse a un funcionario transformado en danzarín improvisado. Ese instante de juego colectivo borró las barreras entre artista, público y organizador, encarnando el espíritu lúdico que Cervantes hubiese aplaudido. Así, la ciudad entera siguió siendo el gran escenario soñado.

Durante los 2010, la afluencia al Cervantino continuó creciendo, al punto de romper récords. En 2019 (edición 47), se estimó una asistencia de alrededor de 415 mil espectadores a lo largo de las diversas funciones. Las plazas, teatros y túneles de Guanajuato hervían de gente de todas las edades, predominando los jóvenes mochileros llegados de todo México que convirtieron al Cervantino en un rito anual estudiantil. Esa “invasión juvenil” transformó la dinámica: además de consumir arte, muchos iban por la fiesta, los conciertos gratuitos al aire libre, las callejoneadas con estudiantinas cantando “Cielito Lindo” bajo la luna, y el alegre caos que se apodera de la ciudad. Como dijo un cronista, “el Cervantino pasó de ser un proyecto de teatro universitario a ser una representación de México hacia el exterior –y del mundo en México–, resistiendo cambios de gobierno y manteniendo su nivel de calidad”. El mayor reto hacia el final de la década fue la seguridad, dado que Guanajuato enfrentó problemas de violencia en esos años. Afortunadamente, con operativos coordinados nunca se registró incidente grave durante el festival. El Cervantino perseveró en su misión cultural, más vigente que nunca, adaptándose y cuidando a su público.

2020 y más allá: Adaptación digital y legado perdurable

La década de 2020 arrancó con un desafío sin precedentes: la pandemia mundial de COVID-19. En el 2020, por primera vez en 48 años, las calles de Guanajuato no pudieron llenarse de arte en octubre. Ante la crisis sanitaria, los organizadores tomaron una decisión histórica: cancelar las actividades presenciales y realizar el festival de forma completamente digital. Del 14 al 18 de octubre de 2020, el Cervantino ofreció una edición virtual, transmitiendo conciertos, obras de teatro, danza y talleres por internet y televisión, abierta gratuitamente al mundo entero. Cuba y Coahuila, que serían los invitados de honor ese año, pospusieron su participación al siguiente, mientras la directora Mariana Aymerich explicó que la prioridad era “proteger la integridad del público, artistas y colaboradores”. La edición digital incluyó espectáculos emblemáticos de archivo y presentaciones en vivo sin público desde foros controlados. Sorprendentemente, fue un éxito en alcance: millones de personas sintonizaron en línea, llevando el Cervantino a rincones lejanos donde nunca antes había llegado. “La pandemia a escala global abrió nuevas oportunidades para explorar formatos adaptados a nuestra realidad… no solo se trata de llevar las expresiones culturales a la pantalla, sino de ajustar los recursos digitales a las necesidades artísticas”, señaló Aymerich, resaltando cómo la adversidad impulsó la innovación.

Para 2021, con la situación sanitaria mejorando, el Cervantino volvió en un formato híbrido: eventos con aforos limitados, transmisión simultánea en línea, medidas de salud estrictas y mucha creatividad para recuperar la magia presencial sin descuidar la seguridad. Cuba y Coahuila finalmente brillaron como invitados de honor en esa edición 49, celebrando la música caribeña y las tradiciones del norte de México que habían quedado pendientes.

Y llegó 2022, el 50º aniversario del festival, celebrado por todo lo alto. Medio siglo de Cervantino se conmemoró con una edición de gala en la que los organizadores se propusieron alcanzar 500 mil asistentes durante las tres semanas del encuentro. Los invitados de honor fueron Corea del Sur (primer país asiático en ese rol) y la Ciudad de México (primera vez que la capital fungía como estado invitado). El programa combinó artistas de renombre internacional con luminarias populares: desde la Filarmónica de Los Ángeles dirigida por Gustavo Dudamel, hasta conciertos masivos de Café Tacvba (rock alternativo mexicano) y el salsero Gilberto Santa Rosa, mostrando ese equilibrio único del Cervantino entre alta cultura y cultura de masas. Para la inauguración de la edición 50, se montó un macroespectáculo interactivo sobre la historia de Guanajuato a cargo de la compañía catalana La Fura dels Baus, con enormes estructuras escénicas construidas ex profeso en México. El público pudo mirar al cielo y ver grúas, acróbatas y proyecciones contando episodios históricos de la ciudad –una especie de teatro aéreo deslumbrante–. Además, en un guiño al futuro, esa edición robusteció su aplicación móvil y presencia en redes, facilitando que los espectadores armaran su agenda personal y compartieran en vivo sus experiencias.

Tras cinco decenios, el Cervantino se niega a volverse rutina: cada año renace con ideas frescas y amplia sus horizontes. Hoy por hoy, se le considera el festival cultural más importante de México y uno de los principales del mundo hispano. Ha resistido cambios políticos, vaivenes económicos, sismos y pandemias, sin perder su esencia. Más aún, ha reforzado su compromiso social: continúa el Proyecto Ruelas llevando teatro a comunidades apartadas, con la meta de que “el festival deje huella en la gente y que la gente se sienta parte del festival” – en palabras de Aymerich, su actual directora. Guanajuato, por su parte, ya no se concibe sin el Cervantino: la ciudad y el festival se han fundido en una sola identidad, al grado que en cada callejón empedrado parece resonar algún verso de Cervantes o los ecos de un concierto lejano.

Al concluir esta crónica, quedan incontables “chismecitos” y anécdotas que podrían contarse: desde artistas que se enamoraron de Guanajuato y volvieron cada año de incógnito, hasta espontáneas parrandas callejeras donde público y músicos terminan cantando juntos “Las Mañanitas” a las tres de la madrugada. Pero lo cierto es que cada asistente al Cervantino lleva consigo un recuerdo entrañable –ya sea aquella noche bajo la lluvia escuchando un aria, el instante en que un bailarín flamenco le guiñó un ojo, o la amistad forjada con desconocidos al compás de una estudiantina–. Son esas vivencias personales las que han hecho del Cervantino algo más que un festival: es una tradición y un patrimonio vivo. En la próxima edición, nuevas leyendas surgirán en los teatros, plazas y calles de Guanajuato. Y dentro de otros cincuenta años, cuando se abra la cápsula del tiempo de 2012, las generaciones futuras sabrán que aquí, año tras año, se celebraba la humanidad a través del arte – en una fiesta única donde convergen pasado y futuro, magia y realidad, el mundo y el barrio. Porque, parafraseando al ingenioso hidalgo Don Quijote, mientras exista el Cervantino, “¡todavía hay universo!”.

Fuentes consultadas: Festival Internacional Cervantino – Secretaría de Cultura (gob.mx); Revista LiberFestival Cervantino: raíces de medio siglo; Veme DigitalFestival Cervantino, toda su historia; MilenioCultura en Guanajuato, atracción de reyes; El UniversalSe cancela el Festival Cervantino, solo será digital; Los Angeles Times (Español) – A los 50, el Cervantino está más renovado que nunca.











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