Guanajuato en una Nuez
Guanajuato es un nombre que evoca historia, leyenda y riqueza minera. Enclavado en el corazón del
Bajío mexicano, este estado ha sido testigo de los grandes capítulos de la nación: desde las antiguas
culturas indígenas y la bonanza colonial de la plata, hasta la cuna misma de la Independencia y la
posterior transformación revolucionaria. Guanajuato en una nuez es un recorrido narrativo por los
siglos, un intento de atrapar en palabras la esencia de esta tierra de colinas y valles, callejones y minas,
acordes de estudiantinas y ecos de campanas libertarias. A la manera de Alfonso Reyes en su célebre
México en una Nuez, ofrecemos aquí una síntesis amena y profunda de la identidad guanajuatense a
través del tiempo, hilando los hilos políticos, culturales, económicos y sociales que han tejido su
historia.
Raíces antiguas: del chichimeca al purépecha
Mucho antes de que la palabra Guanajuato existiera, estas tierras ya albergaban vida humana. Los
vestigios más antiguos, como una punta de lanza hallada en la cañada de Marfil, nos hablan de
habitantes de hace unos 9,500 años . Hacia el sur, floreció la cultura Chupícuaro –cerca de la actual
Acámbaro–, que entre 600 a.C. y 250 d.C. estableció el primer asentamiento permanente conocido en la
región . Aquellos chupícuaros eran agricultores que complementaban sus cosechas con la caza y la
recolección; de sus costumbres nos quedan las figurillas de cerámica finamente pulidas y sus peculiares
ritos funerarios, donde enterraban a sus muertos acompañados incluso de sus perros . Más tarde, la
influencia de Teotihuacán alcanzó estas latitudes y transformó a aquellas sociedades agrícolas en
comunidades de rasgos teocráticos; pero el colapso teotihuacano abrió la puerta a la llegada de los
chichimecas, pueblos nómadas guerreros que dominaron las tierras tras la caída de la gran urbe .
Para el posclásico, Guanajuato era frontera viva entre civilizaciones. Al suroeste, los tarascos o
purépechas –señores del gran Caltzontzin– habían extendido sus dominios hasta allí, resistiendo con
éxito los intentos expansionistas mexicas . En los valles centrales del Bajío se asentaban
pacíficamente comunidades otomíes, mientras que en las zonas semidesérticas del norte merodeaban
tribus chichimecas: pames, guamares, guachichiles y zacatecos . De esta mezcla de fronteras nació
el nombre mismo del estado: Guanajuato proviene del vocablo purépecha Quanaxhuato, que significa
“cerro de ranas” . Cuenta la leyenda que las colinas de la zona, verde oscuras al atardecer,
parecían poblarse de ranas colosales, inspirando así el curioso topónimo. Con ese nombre anfibio y
poético empieza la historia escrita de Guanajuato, en el umbral de la conquista.
El reino de la plata: época virreinal
La llegada de los españoles a mediados del siglo XVI transformó radicalmente el destino de Guanajuato.
Tras la caída de Tenochtitlan en 1521, expediciones españolas exploraron estas tierras entonces
dominadas por chichimecas y purépechas . Uno de los primeros establecimientos españoles fue San
Francisco de Acámbaro, fundado en 1526 en el sureste del estado , con el propósito de someter y
evangelizar a los indígenas de la región. Pero serían el descubrimiento de metales preciosos y la
expansión ganadera en las fértiles llanuras del Bajío las que fijarían a los conquistadores aquí de
manera permanente . En 1541, el virrey Antonio de Mendoza otorgó mercedes de tierra en un sitio
llamado Quanaxhuato a un español de nombre Rodrigo Vázquez . Pronto corrió la voz: en las colinas
de Guanajuato, “cerro de ranas”, habían aparecido riquísimas vetas de plata. Hacia 1546 se estableció
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formalmente un real de minas, origen de la ciudad capital , conocida luego como Santa Fe de
Guanajuato.
Los tesoros del subsuelo atrajeron colonos y aventureros. Poblados enteros surgieron ligados a la
minería y al comercio de provisiones: San Miguel el Grande (hoy San Miguel de Allende) en 1542, San
Luis de la Paz en 1552, Celaya en 1570, León en 1576, por nombrar algunos . La población
española creció al calor de las vetas argentíferas y de las haciendas trigueras del Bajío, generando una
prosperidad que cambió para siempre el paisaje humano de Guanajuato. Aquellas primitivas villas
fueron elevadas con el tiempo al rango de alcaldías mayores y, más tarde, integradas en 1786 en la
Intendencia de Guanajuato, demarcación administrativa creada por las reformas borbónicas .
Para entonces, Guanajuato era ya el centro minero más importante de Nueva España y, de hecho, el
principal productor de plata de todo el mundo . Tras el declive de Potosí en Sudamérica, las minas
guanajuatenses –en especial la legendaria Valenciana– aportaban hacia mediados del siglo XVIII cerca
del 30% de la plata mundial . Aquella riqueza fabulosa se traducía en templos suntuosos y
mansiones señoriales: la arquitectura barroca churrigueresca dejó su impronta dorada en iglesias como
la de San Cayetano en la Valenciana (erigida en 1788 cerca del socavón, con retablos cubiertos en oro)
y la Basílica de Nuestra Señora de Guanajuato, que atesora hasta hoy la imagen de una virgen
obsequiada por el rey Carlos I de España en 1557, en gratitud por la “infinita riqueza minera” de estas
tierras . En las estrechas calles de la capital, adaptadas al valle sinuoso, bullía la vida colonial entre
mercaderes, mineros, frailes y hacendados .
Vista panorámica de la ciudad de Guanajuato, cuyos callejones y construcciones coloniales se adaptan al
relieve de colinas. La ciudad fue fundada como real de minas en el siglo XVI y floreció gracias a la explotación
de la plata .
La prosperidad minera convirtió a Guanajuato en joya económica del imperio español, pero también
trajo sus sombras. A finales del siglo XVIII el poder de los criollos acaudalados y la presencia de una
clase trabajadora explotada conformaron un cóctel social explosivo. En 1792 se inauguró en la capital
la imponente Alhóndiga de Granaditas, enorme almacén de granos construido para paliar hambrunas
y controlar el comercio de alimentos . Ironicamente, este edificio –símbolo de abundancia– se
convertiría pocos años después en escenario de muerte y libertad. Las tensiones sociales y las ideas
ilustradas estaban a punto de prender la chispa de la Independencia.
La cuna de la Independencia
En las postrimerías del periodo virreinal, Guanajuato se volvió el epicentro del alumbramiento de la
nación mexicana. La madrugada del 16 de septiembre de 1810, en el poblado de Dolores –una
tranquila villa al norte del estado– el cura Miguel Hidalgo y Costilla hizo resonar las campanas de su
parroquia para llamar al pueblo a levantarse contra el mal gobierno . Aquel grito libertario en
Dolores, hoy llamado “Cuna de la Independencia Nacional”, encendió la mecha de una rebelión que
rápidamente se extendió. Hombres y mujeres del común, indígenas y mestizos con machetes y lanzas
improvisadas, se unieron al improvisado ejército insurgente comandado por Hidalgo, el capitán Ignacio
Allende –oriundo de San Miguel el Grande– y otros compinches de la llamada Conspiración de
Querétaro .
El estallido independentista tuvo en Guanajuato su primer gran desafío militar. Apenas diez días
después del Grito de Dolores, las huestes de Hidalgo se presentaron ante la capital del estado. En la
ciudad de Guanajuato se atrincheró el intendente realista Juan Antonio de Riaño junto con españoles
y criollos leales, refugiándose en la gruesa mole de la Alhóndiga de Granaditas . El 28 de septiembre
de 1810 ocurrió allí la célebre Toma de la Alhóndiga: tras horas de asedio, los rebeldes lograron
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penetrar el almacén y derrotar a los defensores. La tradición cuenta que fue un minero apodado El
Pípila –Juan José de los Reyes Martínez– quien, protegiéndose la espalda con una losa, llegó hasta la
puerta con una antorcha encendida e incendió la gruesa madera, permitiendo el acceso insurgente .
Más allá de la leyenda heroica, la caída de Guanajuato fue un golpe estratégico enorme: los insurgentes
se hicieron momentáneamente con el control de la región minera más rica de Nueva España,
golpeando el corazón económico del virreinato . Sin embargo, aquella victoria inicial tuvo un amargo
revés poco después. En noviembre de 1810, el ejército realista al mando de Félix Calleja contraatacó,
recuperando Guanajuato y dispersando a las fuerzas rebeldes . Sería el comienzo de una guerra
larga y dolorosa.
Durante la guerra de Independencia, el territorio guanajuatense siguió ardiendo en focos de
resistencia. Caudillos locales como José Antonio Torres, Albino García, Pedro Moreno o José María
Liceaga continuaron la lucha guerrillera en la sierra y el Bajío , hostigando a las tropas realistas
incluso después de la captura y fusilamiento de Hidalgo y Allende en 1811. En estas tierras también
operó el navarro Xavier Mina, aventurero español de ideas liberales que desembarcó en 1817 para
apoyar la causa insurgente: junto a Pedro Moreno resistió en el Fuerte del Sombrero (cerca de León) y
luego en el rancho del Venadito, donde fue capturado y finalmente fusilado . A lo largo de la
contienda, Guanajuato derramó su cuota de sangre y gloria. Finalmente, en 1821, la consumación de la
Independencia llegó menos por las armas que por un viraje político: la élite novohispana pactó con los
insurgentes la separación de España. En Guanajuato, el coronel Anastasio Bustamante (futuro
presidente de México) y otros jefes locales abrazaron el Plan de Iguala y proclamaron la independencia
de la provincia en julio de 1821 . Al fundarse la república federal, Guanajuato quedó constituido
como Estado Libre y Soberano en 1824, instalándose su primer Congreso local al año siguiente .
Había nacido el Estado de Guanajuato, forjado al calor de la insurgencia y destinado a desempeñar un
papel activo en la joven nación.
Entre la Reforma y la Revolución: siglos XIX y XX
Ya independiente México, Guanajuato continuó siendo protagonista en los vaivenes políticos del país.
Durante el convulso siglo XIX, la entidad vivió de cerca guerras, reformas liberales y la modernización
porfirista, sin perder nunca su importancia económica y cultural. En 1858, en plena Guerra de
Reforma, la ciudad de Guanajuato se convirtió por un tiempo en capital itinerante de la República: el
presidente Benito Juárez, huyendo de la ofensiva conservadora tras el golpe de Estado de Ignacio
Comonfort, estableció su gobierno aquí de manera intermitente . Desde esta ciudad despachó
decretos y resistió el embate de sus adversarios, reafirmando la lealtad liberal de muchos
guanajuatenses. Más tarde, durante la Segunda Intervención Francesa (1863-1867), Guanajuato
volvió a figurar como bastión republicano en la lucha contra el Imperio de Maximiliano. Aunque las
batallas definitivas ocurrieron en Querétaro, las rutas y montañas guanajuatenses vieron pasar a los
ejércitos y guerrillas patriotas que finalmente restauraron la República.
La paz porfiriana (1876-1910) trajo a Guanajuato un nuevo auge, particularmente en la agricultura. El
fértil Bajío se consolidó como el “granero de la República” durante el Porfiriato , suministrando
trigo, maíz y otros granos para un país en vías de industrialización. El ferrocarril llegó a ciudades como
Celaya, Irapuato y León, conectando los mercados locales con la capital y facilitando la exportación de
productos agrícolas y manufacturas. En ciudades como León, floreció la industria de la curtiduría y el
calzado, que con el tiempo haría famosa a la región. La minería también vivió un resurgir con
inversiones extranjeras y nuevas tecnologías, aunque ya nunca con el esplendor del siglo XVIII. Por otro
lado, la élite local embelleció las urbes: en la capital, el gobernador Manuel Flores mandó construir la
Presa de la Olla para controlar inundaciones, y Porfirio Díaz inauguró en 1903 el majestuoso Teatro
Juárez, con sus columnas dóricas, estatuas de musas y candiles traídos de Europa . Ese teatro de
estilo ecléctico –considerado uno de los más hermosos del país– se volvió símbolo del refinamiento
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cultural de la época , al igual que los palacetes de cantera rosa y los jardines públicos que
embellecieron Guanajuato y otras ciudades del estado.
Sin embargo, bajo la aparente calma del Porfiriato latían las desigualdades sociales que desembocarían
en la Revolución Mexicana. Guanajuato no fue ajeno a la Revolución de 1910: aunque el movimiento
armado inició al norte y al sur del país, la geografía guanajuatense pronto se vio envuelta en la lucha
fratricida. Uno de los episodios clave ocurrió en abril de 1915 con las batallas de Celaya, combates
decisivos entre las fuerzas revolucionarias de Francisco Villa y las constitucionalistas de Venustiano
Carranza comandadas por Álvaro Obregón. Durante aquellos días, los amplios campos de alfalfa
alrededor de Celaya se convirtieron en escenario de guerra moderna: las cargas de caballería villista
chocaron contra las trincheras y ametralladoras de Obregón. El resultado fue una derrota aplastante
para Villa, quien perdió miles de hombres y su invicto aura de campeón popular . Las batallas del
Bajío significaron el colapso de la revolución campesina de Villa y Zapata, y allanaron el camino para el
triunfo de Carranza y la convocatoria del Congreso Constituyente de 1917 . Guanajuato fue así
testigo de cómo en sus campos se decidió el rumbo de la Revolución Mexicana.
Tras la tormenta revolucionaria vino la reconstrucción. En la década de 1920, como en otras regiones
del centro-occidente, Guanajuato vivió la Guerra Cristera –la rebelión de campesinos católicos contra
las políticas laicas del gobierno–, ya que muchos de sus habitantes, profundamente religiosos, tomaron
las armas al grito de "¡Viva Cristo Rey!". No en vano, en suelo guanajuatense se erige en el Cerro del
Cubilete una monumental estatua de Cristo Rey, símbolo de la fe mexicana, que hoy abraza con sus
brazos abiertos al Bajío. Aquel conflicto (1926-1929) dejó cicatrices en los pueblos del estado, pero
también consolidó una identidad marcada por la devoción y la perseverancia.
Durante el siglo XX, Guanajuato transitó de la ruralidad a la modernidad industrial. Hacia mediados de
siglo, la población del estado crecía aceleradamente mientras muchos guanajuatenses migraban a la
Ciudad de México o a los Estados Unidos en busca de oportunidades. La migración se volvió parte del
tejido social: incontables familias del Bajío tenían (y tienen) a alguno de sus hijos trabajando en
Chicago, Los Ángeles o Houston, enviando remesas que mejoraron los pueblos pero a la vez dejando
atrás comunidades semivacías. A finales del siglo, la apertura económica atrajo inversiones fabriles a la
región. Un corredor industrial se desarrolló de León a Celaya, con zonas industriales en Irapuato,
Salamanca y Silao donde se instalaron ensambladoras automotrices, cementeras, químicas y
maquiladoras. De ser la tierra de la plata, Guanajuato pasó a ser tierra de fábricas y autopistas, sin por
ello perder su esencia agrícola (aún es gran productor de maíz, sorgo, brócoli y fresa en Irapuato) .
En lo político, Guanajuato ganó fama como baluarte de cambio: en 1991 fue de los primeros estados en
tener un gobierno de oposición al régimen posrevolucionario, y de su seno surgió el presidente Vicente
Fox (originario de San Francisco del Rincón), quien en el año 2000 marcó la transición democrática del
país.
Arte, tradición y cultura viva
Si la historia política de Guanajuato es rica, su historia cultural no lo es menos. Este estado ha sido
cuna de artistas, músicos y narradores que han dejado huella en el imaginario colectivo de México.
Baste mencionar que en la capital nació el gran muralista Diego Rivera (1886-1957), cuyas pinturas
llenas de color e historia social hoy engalanan muros de la Ciudad de México y del mundo. También vio
la luz en Dolores Hidalgo el inolvidable compositor José Alfredo Jiménez (1926-1973), cuya voz y
canciones rancheras –Caminos de Guanajuato entre ellas– se volvieron emblema sentimental de la
mexicanidad. “No vale nada la vida, la vida no vale nada…” canta José Alfredo con melancolía,
enumerando los pueblos de su tierra amada y trazando en su letra un mapa poético de Guanajuato. Y
cómo olvidar a Jorge Negrete, el “Charro Cantor” del cine de oro, orgullosamente guanajuatense,
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nacido en la capital en 1911, quien llevó la música vernácula a la pantalla grande y cuyo nombre aún
resuena en callejones y teatros .
La capital del estado, Guanajuato ciudad, es hoy un museo viviente de la época colonial y porfiriana.
Su centro histórico, con sus iglesias barrocas, plazuelas pintorescas y túneles subterráneos, fue
declarado Patrimonio de la Humanidad en 1988 . Caminar por sus calles es sumergirse en
leyendas y tradiciones: desde la tragicómica historia del Callejón del Beso, donde según el cuento
popular dos amantes desafiaron la adversidad de balcones casi pegados, hasta el tétrico encanto de las
Momias de Guanajuato, esos cuerpos momificados por la naturaleza que se exhiben en un museo
local y que han fascinado (y asustado) a visitantes durante décadas . La ciudad también es sede,
desde 1972, del Festival Internacional Cervantino, la celebración artística más importante de América
Latina . Cada otoño, Guanajuato se llena de música, teatro, danza y bohemia, convirtiéndose en la
Capital Cervantina de América –título honorífico que ostenta con orgullo– . No es casualidad: ya
desde los años cincuenta se montaban en sus plazas los Entremeses de Cervantes, y la figura del Quijote
se ha vuelto un símbolo entrañable (existe incluso un Museo Iconográfico del Quijote en la ciudad).
Otros rincones guanajuatenses preservan y celebran la cultura. San Miguel de Allende, con su
arquitectura virreinal y su icónica parroquia de estilo neogótico rosado, atrae desde hace medio siglo a
artistas e intelectuales de todo el mundo; no en vano también fue declarada Patrimonio de la
Humanidad en 2008 junto al vecino santuario de Atotonilco, famoso por sus murales barrocos .
Dolores Hidalgo, además de su peso histórico, es tierra de artesanías cerámicas coloridas (talavera) y
de nieves exóticas de sabores, que deleitan a los viajeros en su plaza central. León, moderna y pujante,
celebra cada año su Feria Estatal con exposiciones industriales, charrerías y palenque musical, mientras
que su tradición zapatera se muestra en el Museo de la Piel y el Calzado. Celaya, por su parte, es
sinónimo de cajeta –el dulce de leche quemada inventado en los fogones de sus antiguas haciendas– y
alberga la Bola del Agua (un tinaco esférico emblemático) que corona su centro. En cada municipio de
Guanajuato se encuentran retazos de folclore: fiestas patronales, danzas tradicionales como los
parachicos (traídos quizá por migrantes chiapanecos) o los “Judas” de cartón que arden en Sábado de
Gloria en diversas comunidades, una explosión de truenos y color para espantar la maldad.
Guanajuato, identidad forjada en el tiempo
Guanajuato es, en síntesis, un espejo donde se mira la historia de México. Sus montañas guardan la
memoria de tribus nómadas y dioses olvidados; sus minas y templos cuentan de la gloria y la
explotación del Virreinato; sus pueblos y ciudades fueron escenario de los primeros gritos de libertad y
también de las batallas que definieron el rumbo de la nación . Cada época dejó una capa en el
alma guanajuatense: el espíritu emprendedor y rebelde de la Independencia, la fe recia y a veces
milagrosa de sus tradiciones, la laboriosidad artesanal e industrial que convierte la tierra en sustento.
Hoy, al recorrer Guanajuato, pasado y presente dialogan constantemente. Podemos escuchar misa en
la parroquia de Dolores, donde Hidalgo convocó a la insurrección, y luego manejar por modernas
autopistas hacia un parque industrial en Silao donde se ensamblan automóviles de tecnología global.
Podemos admirar en una misma tarde los retablos churriguerescos de la Valenciana –con su oro testigo
del auge minero– y las gigantescas instalaciones de la refinería de Salamanca, símbolo de la economía
petrolera del siglo XX.
Lejos de caer en la superficialidad o en la mera nostalgia, Guanajuato ha logrado integrar su pasado a
su presente. Sus tres sitios declarados Patrimonio Mundial por la UNESCO (la capital con sus minas,
San Miguel de Allende con Atotonilco, y tramos del antiguo Camino Real de Tierra Adentro) conviven
con ciudades dinámicas y en constante crecimiento . La herencia cultural no es aquí pieza de museo,
sino materia viva: se reinventa en cada cervantino, en cada feria del libro en León, en cada canción de
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rondalla entonada por estudiantes que recorren los callejones bajo la luz de la luna. Los guanajuatenses
de hoy, al igual que sus antepasados, se reconocen en valores como el trabajo, la hospitalidad y el amor
a su tierra. No importa cuán lejos vayan –ya sea a Chicago o a Cancún–, llevan en el corazón el orgullo
de una patria chica forjada en la generosidad y el esfuerzo común .
Al cerrar esta semblanza de Guanajuato en una nuez, queda la imagen de un estado cuyo devenir
entrelaza los hilos de la historia nacional. En Guanajuato resuenan todavía las voces del pasado: el
alarido del Pípila incendiando la Alhóndiga, las campanadas de Hidalgo llamando a la insurrección, el
silbato del tren porfiriano llegando a Irapuato, los acordes de guitarra de José Alfredo en una noche
estrellada de Dolores. Y junto a esas voces históricas, palpita el rumor del presente: máquinas en las
fábricas, risas de turistas en las callejoneadas, oraciones al amanecer en el cerro del Cubilete, aplausos
en el Teatro Juárez. Guanajuato –con sus ranas legendarias en el cerro, sus minas de plata y sus heroes
de carne y hueso– nos invita a comprender México en su esencia. Su identidad, forjada a lo largo de
siglos, es la de una tierra que nunca deja de contar historias, que vincula el ayer con el mañana y que,
en su núcleo, nos enseña que el pasado no muere, sino que se transforma en inspiración para el futuro.
Guanajuato en una nuez es eso: la historia viva de un pueblo que ha hecho de sus triunfos y tragedias
un canto permanente a la vida y a la esperanza.
Guanajuato -
Wikipedia, la enciclopedia libre
https://es.wikipedia.org/wiki/Guanajuato
Dirección de Patrimonio Mundial
https://patrimoniomundialmexico.inah.gob.mx/publico/lista_detalle.php?idLista=MTA=
Historia de Guanajuato | PDF | America latina | México
https://es.scribd.com/document/700329081/Historia-de-Guanajuato
Dolores Hidalgo, Cuna de la Independencia Nacional
https://lugares.inah.gob.mx/es/node/4795
Batallas de Celaya - Pancho Villa vs. Álvaro Obregón | Relatos e Historias en México
https://relatosehistorias.mx/nuestras-historias/batallas-de-celaya-pancho-villa-vs-alvaro-obregon
El desarrolló agrario del Bajío, una visión regional de largo plazo
https://www.revistaoficio.ugto.mx/index.php/ROI/article/view/395/657
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